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Todavía se mueven
Las hamacas de Firmat. Qué cambió, cómo influyó la publicación de un libro de la colección Naranja de la EMR que en estos días cumple una década de su publicación.
El sábado 16 de junio de 2007 un adolescente que volvía de una fiesta a su casa en barrio La Patria, en Firmat, observó que una de las tres hamacas de la plaza Belgrano, la del medio, se movía. No había viento y las otras permanecían quietas. En esa plaza habían instalado juegos y las autoridades de la ciudad la preparaban para la jura de la bandera en cuatro días. El chico filmó el movimiento. Ahí empezó todo. Cuatro años más tarde, Ivana Romero, autora de Las hamacas de Firmat –un volumen dentro de la colección de crónicas de la Editorial Municipal de Rosario que cumple 10 años desde su publicación–, se metió en YouTube y contó unos cuatro mil videos sobre el asunto. Algo así como especialistas, periodistas del rubro “misterios”, o “créalo o no” –esa suerte de género– llegaron desde Estados Unidos, Japón y el fin del mundo a Firmat en los últimos años para registrar y tratar de aclarar el fenómeno de las hamacas que se mueven solas, ahora resguardadas tras unas rejas de colores –porque ni bien se conoció la noticia una fue robada y ofrecida a la venta a través de MercadoLibre.
Romero nació en Firmat en 1976, se recibió en la Universidad Nacional de Rosario y ejerció en la ciudad el periodismo hasta que el mismo año que las hamacas de su pueblo comenzaron a moverse, se mudó a Buenos Aires, desde donde escribió su “crónica”, su relato sobre el fenómeno que incluye también un par de excursiones hasta el paisaje de su infancia. Las hamacas de Firmat comercia asimismo con un misterio que se desplaza entre una escena y otra hasta alcanzar la incógnita mayor de la ficción, esa que funciona a partir de la pregunta “¿Quién soy?” La narradora, que no es otra que Ivana Romero, llama a su padre desde Buenos Aires. El hombre está en un campo que cuida desde hace unos años. Ella percibe por los ruidos que se cuelan en la llamada una actividad que el padre no termina de decirle. Ella recuerda que sus padres se separaron, que él fue maestro, que tuvo unos problemas cuando era militante gremial, que tuvo una panadería en el barrio La Patria, en el sur de Firmat (donde ella vivió sus primeros años), y así. Quién es ese hombre, qué es esa distancia que los separa, son cuestiones que relampaguean en esa charla. Hasta que él le dice: “Vos jugabas con el nenito que se murió”. El nenito fue durante mucho tiempo la leyenda más generalizada sobre el movimiento de las hamacas: las empujaba un niño que había muerto durante la construcción del barrio, cuando aún no existía la plaza y del que la familia guardó su dolor en silencio. Uno de esos accidentes espantosos sobre el que la narradora apenas se detiene. El fantasma de ese niño y de esa charla, de ese padre que avanza por el campo junto a un alambrado cortado, la fantasmagoría de la infancia y, por último, los fantasmas de Firmat, la ciudad agroindustrial en la que Roque Vasalli erigió su fábrica de tractores y su poder (fue intendente durante 10 años, que incluyeron los de la última dictadura). Romero, claro está, no resuelve esos misterios; hace lo que suelen hacer los libros: les da carnadura, les pone nombres con los que llevarlos y con los que develar una historia, un pasado, un horizonte.
Hace diez años que la Editorial lanzó su quinta “camada” de la colección Naranja con tres tomos que integran Trópico Villa Diego, de Mario Castells, La internacional entrerriana, de Agustín Alzari y Las hamacas de Firmat, de Ivana Romero. Son tres libros muy distintos entre sí, los autores construyen una extrañada relación con un lugar en el que crecieron o al que llegaron. A diferencia de La internacional entrerriana, en la que Alzari explora la persecución a los poetas Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi y Ema Barrandeguy, acusados de comunistas por el riguroso nacionalismo de entonces, en el Gualeguay de fines de los años 30, Las hamacas de Firmat y Trópico de Villa Diego encuentran su mayor misterio en el “yo” que narra.
—¿Qué cambió en esa escena que Ivana describió desde que se publicó el libro? ¿Siguen existiendo las hamacas? ¿Se siguen moviendo?
—Las hamacas siguen existiendo –dice Ivana Romero desde Buenos Aires– y se siguen moviendo. No sé si ha cambiado demasiado la escena pero sí sé cuánto han cambiado ciertas cosas en torno a la escena. Mientras las hamacas se mueven en una suerte de tiempo paralelo, propio (quizás un no tiempo?) de este lado hubo nacimientos, muertes, amistades que llegaron, otras que se fueron, amores reinventados, crisis sociales y políticas y hasta una pandemia. De todas esas muertes, una de las más bravas ha sido la del joven historiador Jorge Cadús, que me ayudó a escribir este libro. Y algo más: creo que Firmat ahora ha creado un espacio de reivindicación para los fantasmas de su memoria. De hecho, Ángel Vázquez, un dirigente fabril que murió en circunstancias dudosas en vísperas de la dictadura, a quien menciono en el libro, ha comenzado a ser homenajeado e incluso el municipio le puso su nombre a una plazoleta.
—¿Cómo nació la escritura de ese libro? ¿Vos lo propusiste? ¿Te lo propusieron?
—La escritura de este libro comenzó con la frase de mi padre cuando, desde un exilio personal en un campo al borde de Santa Fe y Córdoba, me habló de su época como panadero en el barrio La Patria, donde están las hamacas que se mueven solas. Él conocía bien el barrio y me dijo “Vos jugabas con el nenito que se murió” en referencia a una situación muy desgraciada que se dio en ese barrio. La frase tiene una potencia literaria de la que no pude escapar. Pero como una sabe hacerse trampas de vez en cuando, tuvo que aparecer Oscar Taborda, director de la Editorial Municipal de Rosario, para decirme “escribí esa historia”. Y no me quedó otra.
—¿Tuviste alguna respuesta desde Firmat tras la publicación?
—Sí, claro. Sé que el libro circuló, fue leído, me reencontré con gente de Firmat viviendo en distintos lugares del país (incluso en Buenos Aires, donde vivo desde hace años). Incluso me hicieron una entrevista radial en Buenos Aires donde convocaron también al hamacólogo José Pellegrini (toda una autoridad en la materia) y pudimos intercambiar algunas informaciones al aire.
—¿Cómo influyó en tu trabajo, en tu escritura ese libro?
—Soy periodista y estoy acostumbrada a trabajar con historias ajenas. Desandar la historia propia me dio otra perspectiva de las posibilidades de mi escritura. Y de mi origen. De hecho, me ayudó a reconociliarme con ese origen y sobre todo, con mi padre. En los últimos días donde estuvo internado, me contó varias historias del campo donde vivía. Por ejemplo, las singulares costumbres de los chanchos, que son bichos muy inteligentes. Nos reímos juntos, tuve tiempo de despedirlo a través de un diálogo que se abrió a partir de este libro. Así que le debo a esta historia la posibilidad de haber vuelto a casa. Aunque yo me siga yendo una y otra vez, por pura obstinación.
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