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Hablando de librerías. Waldo ‘Peco’ Bode
Esta entrevista realizada por Felipe Hourcade, Juan Alonso y Oscar Taborda en agosto de 2022 pertenece a la serie pensada como complemento del libro Sellos de librerías de Rosario. Se tuvo en cuenta cubrir distintos tipos de librerías: de nuevos, de usados, de saldos y virtuales. Tanto el libro como las entrevistas le permitirán al lector armar un mapa imaginario donde se conectan, como si fueran estaciones de una red, las librerías actuales e históricas de Rosario.
Waldo 'Peco' Bode
—Empezamos a armar un libro con fotos de sellos de librería estampados en las primeras páginas de libros a partir de nuestras bibliotecas que, básicamente, son de libros usados. Ya tenemos casi trescientas imágenes de sellos.
—Es verdad, yo me encuentro cada vez más con sellos nuevos. Y el otro día encontré una factura metida en un libro que era de una librería de calle San Martín y 3 de Febrero de los años 60. Ni idea de que existía. Es impresionante la cantidad de librerías rosarinas que hubo. Y que hay.
—Tuvimos acceso a la biblioteca personal del historiador Mikielievich que está en la Biblioteca Argentina y cuando comenzamos a revisarla nos encontramos, entre muchos otros, sellos de varias librerías del siglo XIX. Uno de la librería de los Carrasco, que fue la primera de Rosario.
—Es inevitable. Uno se encuentra con cosas que guarda o les saca fotos, etcétera. Con Fefe (Fernando Mullor de El Caburé) tuvimos Libros del Bajo, que nos duró un año y medio. Le compramos el fondo de comercio a Zinni, en San Luis y Rosas, e instalamos Libros del Bajo ahí. Pero se vendió el inmueble, y al año siguiente nos tuvimos que ir. El Viejo Almacén se llamaba la librería de Zinni. Era una cueva eso...
—Me acuerdo de la librería de Zinni, pero no lo recuerdo a él atendiendo. La recuerdo a la mujer.
—Estuvo poco tiempo, porque se murió. Después estuvo el hijo, Guillermo. La mujer también atendió.
—¿Cuándo tuvieron Libros del Bajo?
—2016, 2017, por ahí. Después nos mudamos a calle Mendoza, entre Laprida y Maipú, que era un lugar muy lindo, pero no pudimos sostenerlo.
—¿Cuándo empezás como librero?
—No tenía trabajo. Trabajé como docente de Medicina y Sociedad en la facultad. También por mi cuenta, tomaba alumnos para preparar monografías, tesis, etcétera. Con eso estuve bastante tiempo. Mientras tanto, con Horacio Aige teníamos la manía de vender libros. Porque teníamos tantos, tantos... No me entraban en mi casa los libros, encima alquilando. Así que íbamos a vender a Humanidades, o a la plaza, hasta que un día, en 2008, me dijo “vamos a poner un local, vamos a dejarnos de joder”. Ahí pusimos el local: Libros Macedonio.
—¿Y ese local dónde estaba?
—Ovidio Lagos 519, casi esquina Urquiza.
—Ahí ya había una librería antes.
—Al lado nuestro. Oli era el nombre. O le decían Oli a él, no me acuerdo. Estaban exactamente al lado nuestro. Y la idea de Aige, que es largo de contar porque él me invitó a que vayamos a México y terminamos en Miami... Pero bueno, nosotros ponemos la librería. El loco es farmacéutico, labura un año y deja de laburar cinco. No le gusta laburar (risas). Yo ya sabía porque lo conocía desde el 94. Entonces, ponemos la librería. Y Aige me dice “acá al lado hay una librería, pero viene bien, porque viste que los joyeros se juntan todos”. Obviamente, a los seis meses el otro cerró porque nosotros teníamos unos libros de puta madre. Encima, Aige en un momento se cansó, no tenía ganas de laburar, y me dejó solo. Me quedé tres años sosteniéndola yo, como pude. Pero veníamos vendiendo libros, como ya te digo, desde los años 90.
—¿Después armaste la sociedad con Fefe?
—Libros Macedonio fue del 2008 al 2011. En ese mismo lapso Fefe tenía El Caburé Libros en calle Mitre entre Tucumán y Catamarca. Duró lo que duré yo. Con los de El Lugar también nos conocíamos. Nos comprábamos mutuamente. Marcelo (de El Lugar) iba a Macedonio y yo iba a El Lugar. Los tres arrancamos en 2008, aproximadamente.
—Entonces, ¿a J. M. de Rosas y San Luis se van cuándo se juntan con Fefe?
—Al cerrar Macedonio, me quedé con todos los libros. Ya estaba trabajando con Mercado Libre que ya estaba funcionando, era 2011. Con Facebook me avivé tarde, empecé a usarlo en 2014. Pero había gente que vendía mucho. Facebook servía para vender de una manera increíble. Hoy ya no, hoy funciona mejor Instagram. Digamos que nos corrimos un poco a lo virtual. Dos o tres años después, Fefe me dice “pongamos una librería”. Y bueno, duramos también tres o cuatro años. Estuvimos en San Luis y J.M. de Rosas y después nos mudamos a calle Mendoza entre Laprida y Maipú. Fue mi última incursión en librerías físicas.
—¿Vas a las ferias?
—Sí, voy al Mercado Retro y a la Feria de Librerías de Viejo, que la inventamos nosotros.
—¿Quiénes?
—Fefe de El Caburé, Marcelo y Ángeles de El Lugar, Diego Segura de Incunables, y yo. No estaban los peces (la cadena de librerías de usados El Pez Volador) al principio.
—¿Cómo se abastecían?
—Y, bueno, al principio vendí miles de libros míos. Yo tenía toneladas y Aige también. Libros Macedonio arrancó con todos libros nuestros. Después, cuando abrís un negocio, se arrima gente. Te avisan, te pasan datos, te venden. Ahí, el material empieza a circular de otra manera. Un loco que cae preso por robo a mano armada, al que conocía de la Facultad de Humanidades y que está en la feria Retro hoy en día, cuando a los ocho años salió de la cárcel, me encuentra y me dice: “no sé qué hacer”. “Mirá— le dije yo—, hacé lo siguiente: recorré las chatarrerías y comprá libros”. En las chatarrerías el libro se compra al precio del papel. Te lo compran a 25 el kilo y lo venden a 30. El loco me hizo caso. Iba con la bicicleta, compraba y después me llevaba libros para venderme. Finalmente, cuando abren el registro en el Mercado Retro, él se inscribe en la feria con el material que recolectaba en las chatarrerías. Al poco tiempo ganaba más que yo (risas). Cuando cerré la librería tuve que pedirle que me deje poner un tablón en el Retro porque estaba en pelotas. Así, primero entró él en Retro y después yo.
—¿Se compran libros afuera del país?
—Yo no tengo tiempo.
—Pero una vez habías traído libros de Cuba.
—Fui dos veces a Cuba, y las dos veces me pagué el viaje con los libros que traje. Allá se encontraban joyas extraordinarias. Cuando fui, en 2014, ya no había tanto. Porque los españoles nos habían ganado de mano. España arrasó con el material bibliográfico de Cuba. Fue terrible. Estaba muy barato.
—¿Cómo los traías a la Argentina?
—En el 2014, en el avión, podías traer 40 kilos en total: 32 en bodega y 8 en la de mano. Entonces, con 40 kilos me hacía un festival. El viaje me lo pagué vendiendo esos libros. La diferencia era brutal. En Perú igual, los libros eran muy baratos. Se conseguían cosas lindas. Del maestro César Vallejo, ni hablar, pero también cosas que son joyas y que están ahí a dos mangos. Perú, a diferencia de Cuba, no tiene tradición librera. Hay dos o tres ciudades que con seis o siete librerías y nada más. En cambio, me caminé La Habana entera y encontré más de cincuenta librerías; una cosa popular, al alcance de todos, con un material muy variado. Por supuesto, estoy hablando de ocho años atrás, hoy es impensable. Empezando porque no podemos viajar. Ahora, los cubanos aprovecharon mucho. Editaron muchísimos títulos del Fondo de Cultura Económica sin darles un mango, por ejemplo. A través de acuerdos. Salían con tapas impresas en Cuba. Entonces, por La Habana podías encontrar libros del Fondo de Cultura Económica a dos mangos. Y acá salen carísimos.
—¿Y en Venezuela?
—En 2018 salí para Venezuela, pero llegué a Lima y empecé a comprar ahí. No llegué a Venezuela, me quedé sin plata. En Venezuela está todo lo de Biblioteca Ayacucho, de la editorial Andrés Bello también, de Monte Ávila. Con un dólar te comprabas una biblioteca. Otra forma de compra importante, para mí, es Mercado Libre, porque hay gente que vende libros y no son libreros, ponen los ejemplares a dos mangos. Se quieren deshacer de los libros y los publican en Mercado Libre. Lo que sí, comprar por ahí lleva más tiempo, por eso decía antes que no tengo mucho tiempo, pero creo que si uno pudiera abocarse es un buen recurso.
—¿Y qué material compras?, ¿te especializás o comprás de todo?
—Mi registro es amplio, porque atiendo a públicos muy distintos: los del Retro y los de la Feria de Librerías de Viejo. Radicalmente distintos. El público del Retro no es un público que va a comprar libros, va a pasear. Ve un libro que le llama la atención y lo compra. Entre ellos puede ser Mi lucha de Hitler, Osho, lo que sea. En la Feria de Librerías de Viejo, la atención es más literaria, más humanística. Ahí va todo Humanidades. No podés ponerle libros de Stamateas (risas). Pero bueno, mis lecturas, lo que a mí me formó, son los libros de política marxistas, leninistas, ese camino. Y literatura. Hice algunos años de Letras.
—¿Dónde guardás el material? ¿Te queda lugar para moverte (risas)?
—Tengo un departamento de tres dormitorios y vivo en el living. O sea, los dormitorios son para los libros. Los libros primero, loco, no jodamos.
—¿Los tenés catalogados? ¿Sabés dónde está cada cosa?
—Eso sí, necesariamente. Mi principal fuente de ingresos es Mercado Libre. Entonces, tiene que estar todo perfectamente ordenado, porque me compran un libro y lo tengo que mandar en 24 horas. O en 2 horas. Todo lo que se vendió hasta las 8 de la mañana, lo tengo que entregar a las 10. En el punto de envío. Es decir, estoy atado, pero está funcionando. Es monstruoso Mercado Libre. El oficio de librero cambió totalmente. Agosto de 2022.
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