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El misterio de la memoria
La historia comienza un domingo del verano de 1994. Dos chicos que están pescando en una laguna encuentran una calavera humana.
Por Luciano Sáliche I La memoria es un misterio. No lo digo desde la superficialidad del lenguaje, sino con toda mi impaciencia: la memoria es un misterio. Hay un poema de Borges titulado Cambridge, donde dice: “Somos nuestra memoria, / somos ese quimérico museo de formas inconstantes, / ese montón de espejos rotos”. La definición es caóticamente precisa. Lo interesante de la memoria es que siempre, absolutamente siempre, falla. Seas matemático, políglota o actor de teatro medieval, los laberintos de la mente hacen su trabajo y la fluidez intelectual nunca es perfecta. Por eso, lo repito: la memoria es un misterio. O en palabras de Borges: un montón de espejos rotos. Pero, ¿para qué la literatura si todo está destinado al olvido? En el fondo, los escritores luchan contra su finitud. Trascendencia. Hace unos días, en una entrevista que le hice, el autor español Javier Montes me decía: “Todos los escritores creen, como las monjas creen en la eucaristía y en la resurrección de la carne, en la posteridad. Sabemos que no hay posteridad, y si la hay te va a dar igual porque tú no la vas a ver. Pero todo escritor sueña con que su obra perdure y es uno de los motivos por los que se escribe”. Más allá de la figura de escritor, ¿quién no quisiera, en este mundo, trascender? La vida cotidiana es demasiado chata como para morir aquí. Sin embargo, así ocurre, ese es nuestro destino. Y aún así: todos buscamos —en mayor o menor medida— trascendencia. Los personajes principales de Las lagunas, la novela de Juanjo Conti que editó este año EMR, también. La oficial Dana Carrique llega al pueblo santafesino de Carlos Pellegrini a investigar un caso muy difícil. Sabe que es imposible develar la verdad. Sin embargo —o por eso mismo— insiste, busca, se obsesiona. Quiere trascender. El padre de Matías, el doctor Roberto Migliorati, también. Incluso el suboficial Moncada y el empresario Delfor. «Las lagunas» de Juanjo ContiII La historia comienza un domingo del verano de 1994. Dos chicos que están pescando en una laguna encuentran una calavera humana. ¡Vaya sorpresa! En vez de un ignoto e insignificante bicho acuático como la anguila, una pequeña cabeza huesuda. Encima: de niños como ellos, de entre siete y once años. El pueblo, por supuesto, se alborota. Sembrado el misterio, la narración avanza sumando indicios, detalles y escenas que aclimatan al lector en un efectivo policial. Sin embargo, la novela —o nouvelle, como dicen los franceses, por ser un cuento largo— camina el precipicio de la ciencia ficción, siempre a punto de caer en ella, siempre a punto de volverse sobrenatural. El tema, al menos el que palpita en las raíces de la trama, es la memoria. Quiero hacer énfasis aquí. Juanjo Conti pone una serie de rocas firmes en medio del pantano para que el lector camine. Pero claro, quien construye el sendero, dónde pisar, es el autor. Son datos precisos. Estamos en 1994. ¿Dónde? La nouvelle comienza así: “Carlos Pellegrini era un pueblo con tres lagunas: la laguna de Cano, la laguna de sangre y la laguna del bajo de Roly Perotti”. Además: escuchan FM de Cañada Rosquín, van al bar La Perinola, andan por la ruta provincial 66. Construye un mapa por donde los personajes se mueven. Así, el lector se introduce en un universo claro, cómodo, concreto, pero que nunca es confortable: hay un misterio que resolver y la tensión aumenta página a página. III Cada vez que Matías se despierta no recuerda nada. Hace un esfuerzo hasta que las imágenes aparecen. Entonces sí, se tranquiliza. Sabe que el mundo que está viviendo es real —¿lo es?— y que él es él, no la copia de un otro. Sin embargo, duda. Y en es esa duda se concentra toda una declaración de principios: la curva donde lo humano trasciende el devenir prefijado. Un día, Matías decide lastimarse, dejarse una marca, una cicatriz, para comprobar si él, su cuerpo, el entorno y este mundo siguen siendo los mismos al día siguiente. ¿Y lo siguen siendo? Ahí la historia monta una segunda capa de sentido, además del misterio de los cráneos de niños en la laguna de Cano. Ahí la nouvelle se vuelve atrapante. Juanjo ContiIV “Leela pero no dejes que te afecte”, le dicen a Matías. El niño llega de la escuela entusiasmado porque leyeron en la clase de Lengua Mi planta de naranja lima, la novela de José Vasconcelos, y necesita exteriorizar su prematura impresión. Entonces le cuenta a la madre y ella, luego de pensar unos segundos, le dice: “Leela pero no dejes que te afecte”. ¿Por qué? ¿Acaso es posible meterse dentro de las dos tapas de un libro sin que la conciencia se altere? ¿Qué tipo de literatura es la que uno, como lector, puede ejercer una suerte de reparo y lograr, como dice la mamá de Matías, “que no te afecte”? Bueno, el caso de este chico es diferente. Sensible, frágil y sobreprotegido, responde estrictamente a las indicaciones de sus padres. Es hijo único y su padre, el doctor Roberto Migliorati, un genetista retirado y obsesivo del orden y la limpieza que lo controla como si fuese su mayor experimento. Todas las noches bajan a su laboratorio, en el sótano de la casa, y le realiza “exámenes de rutina”: pinchazos, inspecciones oculares, ese tipo de cosas. Matías siempre se queda dormido y el padre tiene que llevarlo a la cama. Él se despierta al día siguiente sin recordar nada. Tal vez sí, Matías sea su mayor experimento. V Las lagunas tiene 109 páginas que vuelan en las manos de cualquier lector, sea entrenado o primerizo, entusiasta del género o ajeno. La nouvelle vuela porque el planteo es eficiente: un misterio, primero, y una narración, después, que avanza como tiro. No tiene sentido contar más: el spoiler sería un crimen. Pero sí quiero insistir con esto: en las raíces de la trama, está la memoria, que es un misterio en sí misma. Y si es como dijo alguna vez André Maurois, que la cultura es lo que queda después de haber olvidado lo que se aprendió, entonces relax; no hay por qué ejercitar demasiado la memoria. Lo importante es leer y disfrutar. Sentir cómo la literatura te acaricia, toma del cuello, te caga a bifes, te vuelve a acariciar. Después, será la memoria misma la que se encargue de rearmar ese montón de espejos rotos. Pero esa ya es otra historia. Las lagunas Juanjo Conti EMR, 2019 109 páginas Foto de portada: Bing WrightEditorial
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