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Sfrutattori, de Pablo Bilsky
Herminda Azcuénaga de Puchet publicó una reseña sobre Sfrutattori, de Pablo Bilsky, en la sección Lecturas de El corán y el termotanque.
Por Herminda Azcuénaga de Puchet. Sfrutattori es el tercer libro de Pablo Bilsky. El primero que se publica con su poesía. Obtuvo una mención en el último Concurso de la Editorial Municipal de Rosario. Como los anteriores –la novela Herodes y las crónicas de China– es un libro que aparece como una confirmación: la irrupción de un escritor que, si bien comenzó a publicar «tardíamente», ofrece una obra compacta, una voz particular y una precisión meticulosa en sus producciones. Elaborado como una enciclopedia caótica de lo contemporáneo, se desliza como una indagación punzante en cinco poemas que saltan desde de la cultura norteamericana para armar un encastre de piezas que permite palpar los relieves de eso que insistimos en llamar «lo occidental». Superman, Walt Disney, Las Vegas, Frick y Bean. Cinco nódulos, un universo que se deshace con una musicalidad desbordante, cubierto de una vaho de desolación que se alza desde el límite entre la indignación y el dignarse. Sfrutattori, las bandas saqueadoras, los aluviones del poema. Su desempeño como periodista de internacionales y como profesor de Literatura Española se emplean en el amasado de una serie de citas y enlazamientos, conexiones y reutilizaciones, como un reciclaje monográfico para el descubrimiento de la «cultura», de la chatarra y la sublimidad, el pleamar y los ahogados y los «Blancos, blandos, babosos en sus húmedas órbitas». El último hospital de un desquicio. Que todos los muertos se muestren por la Vía Lactea de invasiones y colonizaciones. La «boga de Belén» y las tumbas de pobres y los que vagan por el empleo y el Cristo ahogado en África y Sylvia Plath y un designio: «Quedará la memoria donde ardía. / Y no habrá olvido». Sfrutattori es la breva de una memoria, una borrasca que saca y emplea «chatarra y golf, / muerte y glamour». Se pasean el poltrón made in Rockefeller y los muñecos de estambre lunar, la Madonna y la Germanía, los sueños y oropeles e incitaciones de un residuo cultural: «el ánfora del burguer para la monedita coin». Son visiones caleidoscópicas de imágenes y discursos, visiones-elaboraciones del mundo vivo. O de los vivos. Visiones-imágenes en desintegración. Palabras que hacen visiones. Palabras desfondadas que se precipitan y reinsertan en la superficie dramática de los hechos, ¿hay cultura? ¿qué cultura? ¿cuáles son los límites entre cultura y entretenimiento? ¿y qué tiene para hacer-decir-mover la poesía? Sfrutattori no se propone responder. Actúa, como si fuera un dispositivo crítico que toma la confusión, pero no para resolverla, si no para transfigurarla. Una fábrica de Catay, las torturas de Catay. ¿Dónde están? ¿En qué latitud se hallan? Ante la deslocalización y la disgregación, la poesía reinscribe, relocaliza y reubica, las palabras vaciadas por el roce de la velocidad adquieren espesura, golpeteo, se hacen carne de suicidas. La poesía es la «huelga salobre» frente al revoloteo de las «aves de cuerear». Bilsky trabaja como si supiera que en la sonoridad están las consecuencias del sentido. Repite, insiste, viste los significados, les da expresión en un contexto en donde el exceso de expresividad, la mera transparencia, la cristalización exhibicionista, parecería despojar a todo de su carnadura. Vocablos sin temporalidad que se reencuentran con su seno significante a través de la superposición de piezas: una artesanía que consiste en rearmar lo desmaterializado. La palabra busca suplir la falta, la imposibilidad, de llamar al horror. El horror de lo contemporáneo, la multiplicidad silenciadora. El acoso, bajo las bombas, bajo los flashes. El resbalón del Nono Pugliese. Cadáveres en los muelles de Rosario. Cristo Inc. de los aviones. En ese sentido, las citas de Quevedo, Perlongher, del Dante o de Leopardi, funcionan como aceleradores de esas mixturas. Las Vegas queda acá a la vuelta. «Vapor de plush» para decir, intentar decir. Lodo y ciudad. La luz de lo que se escribe es un «far west de gomaespuma». Apaguen la luz, pide el poema. Es que hay demasiado. Hay «Más China que en Beijing» y los «muñecos de la estafa se pasean». La mezcla y la herrumbre, confundidas. Una sola materia de formas lunáticas, de la que, da la sensación, sólo la poesía puede extraer una forma, devolverle alguna forma y acercarla, darle rugosidades, temperaturas, contundencias. Son como golpes las frases. Superman trabaja en cualquier obra. Es uno más de los cautivos en la permanencia de lo temporario. La irregularidad, el uniforme, lo precario. Vaivén, subsistencias. «Se va / para el lado donde viven los pobres». El cine para los difuntos renueva sistemáticamente sus carteleras. La palabra no nombra. Ni discierne. Embota. Oculta. Nubla. Oscurece. «brama miente y gime el boulevard», Walt Disney es un operador de futuros. Fisgoneo y fasto tul del espionaje, los secretos, las bóvedas donde los sentidos cotidianos se expulsan hacia una trama de intrigas y sospechas, de arreglos y devoluciones, donde los «espías, ardillas» desenvuelven sus misterios. El misterio no es, misterio no hay. Bilsky excava en los sitios, las torsiones de lo actual: cias, ceos, fbis, nsas, covanis. Propaganda. La libertad cuarteó las letras. Las circunscribió. Hace falta una escritura que la desencaje y ahí sfruttatori se enchufa como una sorpresa, una amplificación que lo conmueve, que reintroduce experiencias en los pasajes de la poesía. ¿Y qué es la poesía? No lo sabemos. «Falsos muñecos y sus cintas» que hacen «de personas en la ciudad». Los que tiesos van. Ahí, además, hay poesía. La escritura precisa –la palabra justa– es capaz de abrir las «fábricas chinas», poner «la cabeza en la mano». No para hacer el camino más fácil, sino para hacerlo más vivo, auténtico, terrenal, cárnico. La cabeza en la mano, «O: en brazos, / bajo la axila». Nadie tiene que darse «vientos ni humos». El riesgo es «devenir chacinados». «Pasmo. / O el suspiro de todo lo que baila». Las mansiones de carbón de Henry Clay Frick y las cordilleras de hamburguesas, todo es un mismo paisaje. ¿Dónde se atisban los huecos? ¿Por dónde las palabras? Buffalo Wild Wings o las sombras de las sombras, la mugre de la casta de escopetas. Todo es un torbellino, en estos días hay: furia, decepción, hambrunas, exilios, algazaras, gringos y herejotes. Suena la «sirena uretral», se acciona el Zippo. Los orines frescos, refrescan. Los polizontes y los vigilantes se miran, hasta llegan a darse un abrazo. Un guapo de La Plata o un obrero de Saladillo pueden encontrarse sentados en Nueva York, bajo la luz de las tiendas de Nueva York, de cara al río de Nueva York. Los Cadáveres. En el Swift. O las orejas Jumbo del Dumbo penetrado por Walt Disney, penetrado por el creador. Imaginación y delaciones, velocidad, eficiencia, «Y volaste volare», como dibujos, «Y tieso te quedaste». Contrabandos, se corre, se derrama: así es strufattori. Un derramamiento, un acero para los mismos héroes. Una absolución de la poesía, cuando lo innombrable se hace tan inmenso ante la presencia humana. Y «el dolor / el dolor / envuelto en lo que no existe». ¿Qué es lo que existe? Sfrutattori, existe.Editorial
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