Por Ezequiel Nacusse. En Una percepción binaria del color, Jonás Gómez construye una mirada que se suspende en el tiempo. La voz tiene el tono apacible del científico que observa y no espera descubrir, y nos señala las cosas como estrellas apagadas que todavía brillan. Escenas estáticas vaciadas de color, barriles de petróleo que cruzan el océano, la fatalidad suspendida en manos del arponero –la herramienta que “surca el aire/ en dirección/ a la gran ballena blanca”-, “ovejas oscuras”, “estrellas de carbón”, “la blanca polis”, “agujeros negros”. Cuando leemos este libro, memoria y amnesia, comienzo y final o pregunta y respuesta dejan de ser conceptos antagónicos, se conectan en los poemas en un balanceo constante, acunados en la.marea tranquila del pensamiento. Los lectores nos sentimos también mecidos por una idea que, como dice John Ashbery en uno de sus poemas más famosos “es suficiente para organizar las cosas y proyectarlas/ en formas imprevistas pero viables”.
En uno de los primeros textos, la voz indica: “Parpadeá. Bien. Parpadeá otra vez”. La invitación es a hacer consciente una política de la mirada. El color es el ruido de la mente, la función del párpado es la de blanquear la total oscuridad, la total falta de luz. Pero la luz, cuando aparece, también encandila. Leer el libro de Jonás es avanzar a ciegas, ciego y deslumbrado, por la propuesta de una escritura delicada y fría, precisa. Entonces somos llevados sobre un péndulo entre la materia y el vacío, entre el sonido y el silencio, entre blanco y negro. Los poemas se vuelven reflexivos y construyen sus ritmos al modo de una meditación.
Cuando es necesario ver, pone delante de nosotros una imagen, sin vacilaciones: “En la avenida/ el encuentro con una cebra/ que mastica el pasto crecido alrededor del poste/ produce un temblor masivo en el suelo”, y sin embargo sabe que entre el decir y el ver, como apunta Mario Montalbetti, hay un gran abismo. Entonces, el poema se vuelve “un caudal de agua que refleja la luz/ pero que no permite el paso de la luz”. Desde ese lugar Jonás extrae el centro del poema, “el esqueleto de un animal inmenso que podría devorarnos”, una huella que el paso del tiempo no puede borrar y cuyo autor nadie conoce, o peor todavía, nadie recuerda.
Una percepción binaria del color abre con dos poemas que nos involucran directamente: “Antes de emprender un gran viaje/ es necesario/ vaciar el cuento, limpiar la mirada”; “¿Qué hay allí? ¿Qué es lo que ves?” Los poemas nos piden que nos descalcemos, que vaciemos las pupilas para este viaje que ya ha comenzado mucho antes. No hay tiempo, tampoco urgencia. Con la determinación de un taxonomista avanzamos, poema a poema, entre el blanco y el negro y, sin embargo, hay un punto donde las cosas se igualan: la total falta de luz es igual a la más absoluta claridad. ¿Qué queda entonces? Que vos, lector, respondás, “¿De qué color es tu horizonte?”, “Descansá la cabeza sobre la almohada” y elegí:
Escritura
el esqueleto de un animal inmenso que podría devorarnos
(petróleo) aceite de rocas
la gran ballena blanca
carbón
carne
vacas sagradas de la literatura
uñas negras
Kubrick
diamantes
Anubis carbonizado
un fósforo encendido
esvástica en la bandera
en agua de anilina
la blanca polis
el cabello de los asiáticos
la luz
y la ausencia de luz
un frío blanco (Casper)
la bolsa de consorcio (que) fantasea con ser fantasma
hueso pelado
preservar las partes blancas dentro de la boca
un solo cuerpo cuadrúpedo
Y, al final de todo, “Si hubo palabras en centenas/ debe haber, es lo natural, un tramo de silencio”.
Una percepción bianaria del color pone en el centro del poema la paradoja, lo que no puede resolverse, “un nuevo comienzo, que desembocará/ en un nuevo final”. Para nosotros, sin embargo, la opción es inmejorable, leer y permanecer balanceados en esta melodía dual.
(Actualización septiembre – octubre 2018/ BazarAmericano)