Por Ezequiel Alemian. Incluso después de haber leído varias veces los cincuenta poemas que integran este libro, se hace muy difícil recordar de ellos algún verso o frase, la anécdota narrativa que los vertebra, la deriva que transforma esa anécdota en otra, como si la continuara y a la vez volviera a contarla subrayando, focalizando, descomponiendo.
Si la presencia individual de los poemas se desarticula en la memoria, porque son poemas que en su precisión escrituraria desarticulan la atención, la memoria, no sucede lo mismo con los títulos que los encabezan, o con el estilo de titulación, mejor dicho. Hay en ellos un ímpetu de marca, de subrayado, definición.
Directos, enunciativos, se proponen no como introducción sino como equivalentes a los poemas que les siguen. Su resonancia posicional y conceptual es un tanto ajena: podrían ser los títulos de los partes de un libro de ensayos; un libro de ensayos sobre arte contemporáneo, por ejemplo.
Hay algo de ensayístico fuerte en la argumentación de la voz que enuncia los poemas de este libro. En un sentido casi brechtiano, los datos de la frase están sometidos a una argumentación. No son tanto parte de una imagen, de un relato, como de un pensamiento, de su lógica.
En este sometimiento a la impronta agumentativa los elementos del poema quedan extrañados, objetivados en la distancia, y en esa objetivación se destacan como elementos preciosos, autosuficientes. Ríos exhibe los objetos y exhibe la manipulación de los objetos. Su pensamiento poético es el pensamiento poético de un escritor que trabaja con su cuerpo casi como un mecánico del texto.
Las ruinas hablan, escribe Ríos que leyó en un artículo. Las ruinas y las piedras hablan, y ese hablar se traga al objeto: el hablar de las ruinas y de las piedras se traga a las ruinas y a las piedras.
Si el contenido queda entonces un poco perdido, como alejado, en la memoria, la forma de los poemas se adelanta de inmediato, como un verdadero shock previo a la lectura, con solo hojear el libro. Los cortes de verso dibujan sobre la derecha contornos sorprendentes, que parecen escapar a cualquier matriz. Ríos da un paso más allá del verso libre, que liberaba el metro en relación con el poema pero conservaba la idea de que en la extensión había un sentido.
Ríos hace como Duchamp, que dejaba caer un hilo para luego copiar la línea que este dejaba al imprimirse sobre el polvo del piso. ¿Quién es el que dibuja?, se pregunta. ¿Qué es lo que dibuja? Las formas de sus poemas no parecen vinculadas con su contenido; parecen no tener otra justificación que lo accidental. Un shock póstumo es un libro magnífico porque en él Ríos alcanza la soberanía del artista, que es la arbitrariedad.
Las variaciones de la forma de lo arbitrario van de la bajada accidental del enter en cualquier momento de la frase, para seguir en otro verso, a los versos que suman o restan una letra con respecto al anterior, cortando donde dé la cifra.
Ríos empieza contándonos algo y se detiene, se cuestiona, y se corrige contando otra cosa, y elige ser un poco más preciso, y cuenta otra cosa, y busca una comparación, y cuenta otra cosa. Cada cambio responde a una lógica argumentativa, a una sucesión narrativa, y sin embargo, cada cambio es también un espacio en que aparece lo arbitrario. El pasaje nunca es limpio, más bien parece un desvío. A través de esos saltos, el poema se deliza de un objeto narrado a la narración como objeto.
La poesía de Un shock póstumo es la poesía de un operador de discursos. Hay algo de faits-divers en los relatos, en los fragmentos de relatos de estos poemas; pequeñas incrustaciones de origen mediático, breves rasgos biográficos, vidas sin ejemplo, sin marco. Ríos no los hace entrar en cortocircuito sino que los desvía. Desvía los relatos de los flujos mediáticos. Sus poemas son el relato del desvío de los relatos de los flujos mediáticos. (Perversión y el desvío, porque siempre antes de desviarlos Ríos los pervierte.)
Aunque tal vez mediático no sea el término más adecuado. El término más adecuado está en conformación, como está en conformación la lengua que usa Ríos. Sometido a una enorme exigencia formal (todo es forma en lo arbitrario), el libro suena todo el tiempo, en su desacomodo.
Hecho de accidentes, Un shock póstumo es un libro sobre ritmo y sentido, sobre cambios de velocidades como saltos del pensamiento. Ríos es un poco como un Leónidas Lamborghini, alguien que viene a adelantar los ritmos de su tiempo. Cada momento tiene su ritmo; el momento de los ritmos de Un shock póstumo parece ahora estar un poco más próximo.
El shock póstumo, dice Ríos, es el de los muertos que nos saludan desde las fotografías.
(Actualización septiembre – octubre 2018/ BazarAmericano)