Por Nacho Jurao. Este es un libro inusual. Los poemas que integran La cautiva, de Guillermo Antich forman una inquietante unidad conceptual. Pueden (y deberían) leerse de una sentada, en el orden en el que están dispuestos los textos, y de esta manera el lector podría hacerse la idea de una narración versificada, breve, intensa. Pero este libro es otra cosa. Antich despliega un lenguaje cifrado y un inquietante dominio de la sintaxis. Una voz difusa, ´enclonazepaneada´, retuerce palabras y las escupe narrando una y otra vez el mismo suceso: la madre de su novia y un ´monigote´ irrumpen en su pocilga y se la llevan por la fuerza. Entonces se formula la pregunta crucial: ¿a quién le sacan la novia de la cama? ¿quién sufre este arrebato como una película nebulosa y repetitiva? La respuesta es difícil, y acaso una trampa. En este relato que transcurre como una secuencia de fotografías fuera de foco, a ratos inmóvil y a ratos acelerada, todo lo que encontramos tiene el valor de un indicio; cuerpos drogados, mensajes telefónicos incoherentes, ojos con espasmos, amenazas, caricias, testimonios anónimos, cigarrillos. La de Antich es una escritura que por momentos se alucina y se resquebraja en estofas aleatorias, como una radio frenética que sintoniza cualquier emisora, y por momentos también recupera su pulso y fluye, líquida, como un tranquilizante que nos va dejando confortablemente entumecidos.
(Actualización septiembre – octubre 2018/ BazarAmericano)