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El comienzo del horror
Un libro ahonda en el II Cuerpo de Ejército, donde los mecanismos del terrorismo de Estado se aplicaron desde 1971.
Por Osvaldo Aguirre. Desde el fin de la última dictadura, la participación de los militares en el terrorismo de Estado conforma uno de los grandes temas en las investigaciones sobre la historia argentina reciente. La bibliografía sobre sus antecedentes es menos abundante, y se vuelve inexistente para analizar aspectos como los modos de funcionamiento institucional, los discursos que sostuvieron sus prácticas y sus contextos políticos. “No solo no existía, sobre el período, ninguna historia de las Fuerzas Armadas centrada en nuestra área de interés, sino que en términos estrictos los estudios sobre el Ejército eran fragmentarios o se ocupaban de dinámicas específicas”, dice Gabriela Águila en la introducción de Territorio ocupado. La historia del Comando del II Cuerpo de Ejército en Rosario (1960-1990). El libro es el resultado de una investigación promovida por el Museo de la Memoria de Rosario –cuya sede fue precisamente la del Comando del II Cuerpo– y desarrollada por un grupo de historiadores y antropólogos bajo la dirección de Águila. Los orígenes de la institución, sus estrategias de inserción social y sus relaciones en el ámbito político antes y durante la última dictadura y en el contexto de la transición democrática son algunas de las cuestiones que aborda, con un conjunto de anexos que ofrecen el detalle de las fuentes –muchas de ellas inéditas–, un glosario, el listado de comandantes y la descripción de las unidades militares comprendidas en el objeto de estudio. Creado el 12 de diciembre de 1960, el II Cuerpo abarcaba los organismos militares radicados en las provincias de Corrientes, Chaco, Entre Ríos, Formosa, Misiones y Santa Fe. Sus orígenes están ligados a la transformación doctrinaria de las Fuerzas Armadas orientada al control interno y fueron a la vez una respuesta a la conflictividad social de la región, plantean María Alicia Divinzenso y Marianela Scocco en el capítulo inicial de Territorio ocupado. Apenas un mes antes, un grupo de militares peronistas había tomado por asalto el Regimiento 11 de Infantería, en la zona sur de Rosario. La doctrina que sustentó la ley de defensa nacional del primer gobierno peronista ya permitía la participación de las Fuerzas Armadas en temas de competencia civil y de hecho fue aplicada en 1951 para reprimir una huelga de los trabajadores ferroviarios. Divinzenso y Scocco siguen el modo en que a partir de 1958, el año en que el presidente Arturo Frondizi logró la aprobación del Plan Conintes, la doctrina de la seguridad nacional introdujo nuevas hipótesis de conflicto y redefinió la noción de enemigo para ubicarlo en la población civil. El II Cuerpo de Ejército fue el ámbito donde los mecanismos del terrorismo de Estado se aplicaron por primera vez, con la desaparición del dirigente del PRT ERP Luis Pujals en 1971, y donde a la vez tuvieron sus últimas manifestaciones, con el secuestro y asesinato de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereira Rossi, en 1983. En su análisis de las acciones represivas, Gabriela Águila pone el foco en circunstancias menos conocidas que las violaciones a los derechos humanos en la dictadura, como el secuestro y desaparición de Ángel Brandazza (1972), militante de base al que los militares confundieron con el dirigente Julio Roqué. La figura del general Juan Carlos Sánchez, designado comandante en 1970 y ejecutado por un comando del ERP y las FAR en abril de 1972, fue otro factor de gravitación en las prácticas y el modo en que el Ejército entendió su intervención en el conflicto social, extendido más allá de la restauración democrática, como muestra Lucas Almada en su análisis del período comprendido entre la Guerra de Malvinas y la última rebelión carapintada. En mayo de 1971, en una exposición ante personal superior de Rosario y Paraná, Alejandro Lanusse decía que su gobierno “no tendrá límites para desarrollar las acciones que sean necesarias para atacar y erradicar las acciones de tipo subversivo”. Desde entonces, señala Águila, la represión combinó una faz visible, con la actuación de distintos organismos y poderes del Estado, sujeta a leyes, decretos y disposiciones judiciales, con circuitos ocultos, práctica de secuestros, torturas y desapariciones e intervención de grupos paraestatales, a partir del comando SAR, grupo de tareas integrado por agentes de distintas fuerzas que fue denunciado en el caso Brandazza. La constante confusión entre lo legal y lo ilegal, los reglamentos y los crímenes, lo público y lo clandestino, queda a la vez expuesta en los usos de la sede del II Cuerpo, que analiza Scocco en otro capítulo. En su sala de operaciones se hacían eventos sociales y también los consejos de guerra a detenidos-desaparecidos, ficciones sin valor jurídico. La acción cívica del Ejército, abordada por Divinzenso, revela desde otra perspectiva esa doble faz, al observar las tareas desarrolladas por el Ejército y el modo en que proponía su misión social en relación con sus concepciones doctrinarias, por lo que la población civil aparecía como un objeto a cuidar –de la radicalización política– y también a vigilar. Territorio ocupado abre un campo de investigación y ofrece instrumentos para nuevas aproximaciones. Un actor central de la violencia represiva Entrevista con la historiadora Gabriela Águila Doctora en Historia por la Universidad Nacional de Rosario, Gabriela Águila es investigadora del Conicet y profesora de Historia Latinoamericana y Europea contemporánea. Territorio ocupado se inscribe en una línea de investigación dedicada a la última dictadura militar y el ejercicio de la represión en la historia argentina reciente, iniciada con su libro Dictadura, represión y sociedad en Rosario (2008). –¿Cuál fue el contexto de creación del II Cuerpo de Ejército? –Se inscribe en un marco general, de reestructuración organizativa del Ejército, ya que ese fue el momento de creación de los cinco cuerpos, y es también reflejo de los cambios doctrinarios e ideológicos que se verificaron entre fines de los años 50 y principios de los 60 en las FF.AA. argentinas. Además no puede desvincularse del contexto que se abre con el derrocamiento del peronismo en 1955, un momento marcado por la inestabilidad política, la intervención de las FF.AA. en el escenario político y la conflictividad social. –Al margen del conflicto político, ¿cómo se relacionó el Ejército con la sociedad civil? –Uno de los objetivos del libro fue mostrar los fluidos contactos que el Comando del II Cuerpo tuvo con la sociedad rosarina desde el momento de su creación y al menos hasta el final de la última dictadura militar. En términos generales, desde los años 60, las FF.AA. incluyeron en sus reglamentos estrategias y operaciones dirigidas hacia la población. La renovación doctrinaria y reglamentaria de seguridad nacional, que enfatizaba la lucha contra el “enemigo interno” o contra la acción “revolucionaria o subversiva”, incorporaba no sólo nuevos métodos de lucha contrainsurgente, sino acciones y dispositivos para influir sobre el comportamiento de los civiles. El Ejército estableció entonces una red de relaciones con distintos sectores, instituciones y personas de la sociedad civil, que le proporcionaron visibilidad y presencia social a lo largo de décadas, y esas estrategias fueron centrales para recibir apoyos o consensos sociales. Por otro lado, fueron la contracara o el correlato de la actividad represiva desplegada en esas décadas. –¿Qué revela la historia del II Cuerpo respecto de la historia reciente en la Argentina? –La historia del II Cuerpo permite cubrir un vacío de conocimiento sobre la actuación del Ejército en Rosario, y a la vez, se inscribe en la renovación de los estudios sobre el pasado reciente argentino y en particular sobre la actuación de las agencias represivas estatales antes y durante la última dictadura militar. Creemos que el libro ilumina aspectos de la historia reciente a través del estudio de un actor central en la segunda mitad del siglo XX, cuya importancia se magnifica por el despliegue en los años 70 de una violencia represiva inédita en su escala y su magnitud, que tuvo a Rosario como uno de sus epicentros. Y lo entendemos como una contribución a una memoria más densa y compleja de la historia del presente en una dimensión regional, en tanto se trata de una investigación sobre problemas y procesos centrales por fuera de las simplificaciones, los estereotipos y las imágenes y memorias cristalizadas.Editorial
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