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Novedad en el frente

Salió en Revista Kamandi una reseña de Gerardo Vilches sobre "El volcán", la antología de historieta latinoamericana que editaron José Sainz y Alejandro Bidegaray y publicada por la Emr Rosario y Musaraña Editora,

Por Gerardo Vilches. Para levantar acta de este estado de las cosas, el editor argentino José Sainz coordinó Informe: Historieta argentina del siglo XXI (Editorial Municipal de Rosario, 2015), una antología de autores y autoras de Argentina imprescindible para conocer y valorar la escena actual de cómic alternativo —si es que tal calificativo tiene aún sentido—. Dos años más tarde, animado por el mismo espíritu, Sainz se unió al librero Alejandro Bidegaray para editar una nueva antología, de mayor ambición geográfica: El volcán (Musaraña Editora, Editorial Municipal de Rosario, 2017) reúne a cuarenta y dos autoras y autores de doce países diferentes: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Pero el propio espíritu del libro y lo que representa su título —una explosión descontrolada— se prestan más al análisis de corrientes que de nacionalidades, y así es como voy a repasar los contenidos del mismo. No sin antes aclarar que mi perspectiva es la de un español que observa con mucho interés todo lo que está sucediendo en Latinoamérica, pero que no puede evitar hacerlo desde sus circunstancias culturales. Lo primero que se observa es una heterogeneidad total, cosa que quizás ya no sorprenda en una antología actual, pero que sigue siendo algo a resaltar. Hay piezas en color y otras en blanco y negro, y conviven todo tipo de técnicas de dibujo. Los nombres reunidos en El volcán no pertenecen a la misma generación: el brasileño Jaca (1957) es el más veterano, mientras que la portuguesa afincada en Sao Paulo Puiupo (1996) es la más joven. Aunque hay varios representantes de las décadas de los sesenta y setenta, son los nacidos en los ochenta los que copan la antología, y tiene sentido: son los que se hicieron adultos y alcanzaron la edad de empezar a publicar cuando los canales tradicionales para ello se estaban cerrando, que es algo que también sucedió en España. Cuando toca buscarse la vida para publicar, al menos se retiene una libertad para hacer lo que se desee que permite la experimentación radical o el abandono de las formas clásicas de dibujo naturalista. Esto, que pone nerviosos a no pocos aficionados de la vieja guardia a uno y otro lado del Atlántico, permite una variedad en las formas de expresión sin precedentes. Esa libertad se presta especialmente bien a la autobiografía, género subjetivo por excelencia, que se beneficia de las connotaciones emocionales y expresivas de los estilos de dibujo poco ortodoxos. La autobiografía y la autoficción han sido uno de los grandes géneros del cómic adulto contemporáneo, desde que Justin Green, Aline Kominsky o Robert Crumb sentaran precedentes en los años setenta. Por eso no extraña encontrar varias muestras de narrativa testimonial, diarios, autobiografía más o menos directa o costumbrismo impregnado de experiencia personal en El volcán. Tampoco sorprende que una de sus más destacadas muestras sea obra de Powerpaola (Ecuador, 1977), cuyo Virus tropical es uno de los mayores éxitos editoriales y una de las obras más importantes del nuevo cómic latinoamericano. En este libro publica una historia inédita, «Taxi #1», en la que narra, con un explosivo uso del color directo, una conversación entre un taxista y una joven estudiante de arte. ¿Experiencia real o ficción pura? No lo sabemos, ni resulta importante para disfrutar de la pieza. Maco (Uruguay, 1987) y Maliki (Chile, 1969) son dos excelentes muestras de una autobiografía más explícita. La primera rememora en «La casa de piedra» algunos lugares de la infancia, y la relación que mantenía con los animales que la habitaban. Maliki, por su parte, entrega un clásico diario de viajes en el que cuenta sus visitas a diferentes convenciones y sus encuentros con otros autores de cómic. La frescura y el humor ligero recuerdas a una Gabrielle Bell o un Lewis Trondheim en su versión menos gruñona. Laura Lannes (Brasil, 1991) también recurre a un formato de diario estándar, con un interesante uso del color, en el fragmento de By Monday I’ll Be Floating in the Hudson with the other Garbage que se publica en la antología. Truchafrita (Colombia, 1974) es autor de cierto renombre y larga trayectoria, que regresa a su infancia de partidos de fútbol interminables en «Picado de barrio». «Mi vida con Micky Maus» de Edward Brends(Costa Rica, 1985) se mueve en un terreno más ambiguo, pero también logra buenos resultados en su exploración de los recuerdos infantiles. Por último, en este ámbito también destaca una autora a la que ya conocía previamente, Jazmín Varela (Argentina, 1988), de quien había leído Crisis capilar (EMR, 2016), y que en El volcán entrega una excelente historia sobre una chica que intenta vencer su miedo patológico a conducir, «Amaxofobia». El underground más ortodoxo —paradoja— siempre suele tener un espacio en cualquier antología, incluso en una tan dada a la experimentación gráfica como Kramers Ergot. En Informe podíamos encontrar buenas muestras de historietas en las que la farra, las drogas y la violencia salvaje copan toda la atención. He de decir que este tipo de historias, si no añaden algo más a la mezcla, tienden a aburrirme un poco; sin embargo, cuando es alguien del talento de Abraham Díaz (México, 1988) quien las perpetra, la cosa cambia. Díaz es uno de los mayores talentos del cómic en español de la actualidad, y aunque «El bully del Walmart» no es su mejor historia, pero contiene todos los elementos que lo hacen interesante: la capacidad para incomodar a través de las cualidades repugnantes de su dibujo, la imaginación malsana y cierta crítica social implícita, pero nunca subrayada. El también mexicano Pachiclón (1979) se sitúa en la misma línea con «Grosería». David Galliquio (Perú, 19??) es más convencional, aunque salva «Heroína blues» con un humor genuinamente underground y macarra. Su personaje antropomórfico lo inserta en la tradición de los fundadores estadounidenses, y me ha recordado a los fanzines del autor español Pablo Taladro. Más bizarro resulta «Podolfo» de Frank Vega (Argentina, 1974), que emplea un trazo abigarrado y sucio para pulir una historia de amor violento protagonizado por alimentos antropomórficos. El excelente y polimórfico Diego Parés (Argentina, 1970), que casi puede considerarse veterano en esta antología, aporta una de las piezas más raras: «Ascensor al infierno». No tiene ningún compañero que le siga porque pertenece a una corriente del underground más en desuso: la que subvierte y pervierte el dibujo infantil clásico en historias de contenido erótico o humor negro. Llama la atención la presencia de varias de firmas que practican un estilo naif, de un modo u otro. Las corrientes de dibujo que recuperan la simplicidad expresiva de las formas infantiles —o engañosamente infantiles— están muy presentes en el panorama internacional, especialmente desde el éxito de Persépolis de Marjane Satrapi, pero también con muchos otros autores. En Argentina, de hecho, reside una de sus representantes más destacadas: María Luque (1983), presente en Informe. En El volcán encontramos, por ejemplo, a Juan Vegetal (Argentina, 1991), un habitual del cómic alternativo porteño, que con «Club de arte & animalitos» hace una crítica del mercado del arte afilada, aunque no del todo original, en cuanto que se ha convertido ya en un lugar común. A pesar de eso, el resultado es divertido. Como también lo es «Súper Poder» de Amadeo Gonzales (Perú, 1977), la historia de un personaje con el poder de pasar de lo más alto a lo más bajo de un instante a otro. Jim Pluk (Colombia, 1984) es uno de los más personales autores dentro de esta corriente y, quizás, uno de los más conocidos internacionalmente gracias a novelas gráficas como Josefina (Aristas Martínez, 2015), publicada en España. Pluk siempre resulta evocador y más complejo de lo que parece, y su historia sin título en El volcán no es una excepción: un conjunto de páginas aparentemente autoconclusivas sobre la inocencia y la creatividad infantil con subtextos reivindicativos o inquietantes. Existe también una corriente que, a falta de un nombre mejor, podemos definir como artie: historietas con dibujos de estéticas cuidadas, en contacto con las últimas corrientes pictóricas o ciertas vanguardias. Por originalidad, riesgo y mi propia inclinación personal, aquí he encontrado algunas de mis piezas favoritas de El volcán. Es el caso de Eduardo Yaguas (Perú, 1981), que en «Por la noche» entrega un cuento fantástico que sabe a Horacio Quiroga, y que emula el color de Bretch Evens con sorprendentes resultados. Por el color también destaca Regina Rivas(Paraguay, 1982) con «Plan B», una reflexión sobre el aislamiento de una artista muy lúdico y centrado, sobre todo, en la llamativa estética. En una línea parecida, pero con más tendencia a la mancha y un color directo de deliberada cualidad física, encontramos a La Watson (Colombia, 1983), que en «GROAR» cuenta una historia de un encuentro en la jungla de una interesante rotundidad visual. Hay, por supuesto, casos más inclasificables. Artistas de difícil adscripción que se manejan en registros propios y siguen caminos no exentos de influencias, pero más originales. No es casualidad que sean, con frecuencia, las que más llamen la atención. «Nunca fuiste tú» de Marco Tóxico(Bolivia, 1982) tiene el afán provocador del underground, pero la atmósfera alucinada —con esos colores chillones— y el aire perturbador de sus personajes lo llevan a otro terreno. Jorge Quien (Argentina, 1970) ha sido, sin duda, uno de mis grandes descubrimientos en El volcán: su «Máquina blanda», compuesta por las imágenes de una exposición, supone una moderna incursión en la ciencia ficción más reflexiva, sin caer en sus clichés ni en las deudas con los clásicos del género en el cómic. Muy al contrario, abre un camino nuevo, entre el cómic y el arte expuesto, en el que la viñeta tiene un valor diferente en el conjunto armónico de la página. Su dibujo, además, es extraño y diferente a cualquier otra cosa. El trabajo de Mónica Naranjo Uribe (nacida en Alemania, pero afincada en Colombia, 1980) me ha dejado impresionado: sus dibujos en «Estar en casa», a lápiz y carboncillo, recrean parajes naturales con precisión realista, así como sensaciones previas a una tormenta tropical, tan solo con su capacidad para dibujar y textos mínimos bien escogidos. Forma un curioso díptico, supongo que involuntario, con la pieza de Pedro Franz(Brasil, 1983), a quien ya conocía por el interesante Caballos muertos permanecen a un lado de la carretera (Ediciones Valientes, 2014). En «Atlas», Franz utiliza la misma composición de página que Naranjo Uribe, dos viñetas apaisadas por página, y también dibuja a lápiz, aunque aplique después color. Pero es más significativo el otro contraste: mientras que la colombiana se centra en ambientes salvajes, Franz dibuja escenarios urbanos, sin personajes humanos o animales presentes. Mientras que la intención de aquélla parece ser principalmente lírica, éste presenta cierta crítica social en su paseo por una ciudad. Otro gran descubrimiento ha sido Stefhany Y. Lozano (Colombia, 1986), que en «The Ride of the Away Team» narra una historia relacionada con la secta Heaven’s Gate, con un aire entre el ensayo gráfico y el fresco medieval, de resultados notables. Tres de mis historias favoritas, sin embargo, no me han sorprendido tanto, porque sus artífices se cuentan entre mis dibujantes favoritos de la actualidad. La primera es obra de Martín López Lam (Perú, 1981), editor y dibujante afincado en España, donde ha publicado la mayoría de sus fanzines y novelas gráficas. López Lam siempre me resulta interesante, en todos sus múltiples registros; «Otra historia nocturna» es una de sus piezas costumbristas, dibujadas con un opresivo y abigarrado estilo en el que el color, siempre de paleta limitada, cumple una función únicamente expresiva. Amanda Baeza (Chile, 1990) es otra de mis autoras jóvenes de referencia, desde que la descubrí en Nubes de talco(Fulgencio Pimentel, 2016). «Ni de aquí ni de allá» es un buen ejemplo de su rupturista grafismo y radical uso del color, aplicados ambos a un costumbrismo onírico y evocador, nunca explícito. El agridulce sabor que deja contrasta con la luminosa historia de Inés Estrada (México, 1990), una dibujante que frecuenta la autobiografía y lo onírico, también con una impronta eminentemente personal que le ha valido ya la publicación de varios libros en Estados Unidos. «Abeja» comienza de un modo más o menos convencional, pero evoluciona rápidamente a una fantasía subconsciente de evidente intención lírica, a la que sólo puede pedírsele un mayor desarrollo. Todos estos nombres —y el resto que, por motivos de espacio, no he analizado— conforman en El volcán un retrato de una escena múltiple, variada y de indudable calidad. Latinoamérica es un ámbito no tan conocido internacionalmente como el francobelga o el estadounidense, pero la calidad e interés de muchos de sus creadores está teniendo cada vez más repercusión, y hay buenos motivos para ello: esta antología resultará imprescindible para cualquier persona interesada en el cómic contemporáneo, sencillamente.
  
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