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La orilla más lejana
El libro es el relato de una pérdida, lamentada por un yo lírico que abre con la descripción de una orilla inalcanzable. Pero ni bien es alcanzada, aquella orilla se revela como un mundo que está siendo asesinado por el capitalismo.
Por Beatriz Vignoli. El libro es el relato de una pérdida, lamentada por un yo lírico que abre con la descripción de una orilla inalcanzable. Pero ni bien es alcanzada, aquella orilla se revela como un mundo que está siendo asesinado por el capitalismo. "Desde que tengo memoria hay otra orilla. Es una línea firme, tensa por debajo. Por encima, flexible, fluctuante. Siempre está ahí, hasta en la noche que amenaza con haberla quitado para siempre". Así comienza La orilla más lejana, de Sonia Scarabelli, uno de los flamantes libros que acaban de publicarse en la colección de crónicas de la Editorial Municipal de Rosario. Poeta y docente, nació en 1968 en esta ciudad, desde donde contempló siempre "una línea, un híbrido entre el sueño y la vigilia", divisada al otro lado del río Paraná. A esa línea se la ve en las fotos de Scarabelli, que ilustran el libro y que parecen salidas de las imágenes de su poesía. Son fotos a dos páginas, austeras e impresionistas, casi abstractas. El libro traza un arco dentro de la historia local y otro dentro del relato. En la historia, hay un antes y un después de 1990, que según la autora es el comienzo de un período de expoliación y destrucción que aún no ha terminado. Una de las víctimas de este supuesto "progreso" es el paisaje de las islas, que empieza siendo percibido como una visión incierta allá a lo lejos y termina adensándose hasta ser comprendido como un complejo ecosistema de especies en peligro. En el relato, el arco va desde la contemplación solitaria del paisaje hasta la experiencia comunitaria de un lugar. Este trazo es subjetivo y se inscribe en el marco de un recorrido mayor, el de la historia de la literatura, en una dialéctica línea hegeliana cuyo punto de partida es un romanticismo individualista burgués que aspira a su propia superación por vía de la propia extinción. Tal vez a ello se deba el tono melancólico que predomina en el libro. Scarabelli es autora de libros de poesía de una extraordinaria hondura lírica, como lo atestigua Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras (Bajo la luna, 2008) y aquí no decepciona. Su logro de poeta, en esta obra de no ficción en prosa, es la casi imperceptible sutileza con que va guiando estos dos hilos principales de la narración para que uno sea el eco del otro. Sesgo personal y devenir histórico se nutren así de la mutua reverberancia hasta disparar sentidos en un fuera de campo del texto. Su relato de un viaje tan breve (cruzar el Paraná) se convierte así en la aporía de un regreso imposible. En lo subjetivo, aquella otra orilla eternamente perdida, a la que ni siquiera se llega tocándola, resuena metafóricamente nombrando al objeto perdido primordial. Por su universalidad, el relato de este desencuentro provoca en el lector una emoción profunda de desconsuelo, separación, pérdida. La orilla cobra aquí el valor de un símbolo análogo al de aquella luz verde en la casa de la amada que para el protagonista de El Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, sólo valía la pena contemplar a la distancia; una vez alcanzado el objeto de amor, el enamorado comienza a sentir nostalgia de su lejanía. "Todo está perdido menos el recuerdo", es la primera de las tres líneas con que Fitzgerald concluye su novela. La cita viene al caso porque La orilla más lejana recorre además todo un arco de referencias literarias por autores regionales que comienzan en Juan José Saer y terminan en Diana Bellessi. Y además, en términos objetivos, en ese fuera de campo que el texto de Scarabelli abre más allá de su propia letra, se deja leer en su melancolía una voz moderna que lamenta el proceso de modernización como suicidio colectivo. Tal suicidio colectivo es perpetrado por la misma clase dominante que había fundado la modernidad, el capitalismo tardío y el romanticismo: la burguesía industrial. Y lo horroroso, lo siniestro que Scarabelli denuncia en extensos tramos de su libro es que tal suicidio es hoy a la vez local y global. Se está cumpliendo la amenaza de la noche, la de borrar la orilla para siempre, y este crimen contra la naturaleza se reviste de una apariencia de fatalidad. Pero la voz poética es también aquí voz profética, que el tono elegíaco pulse la cuerda de una voluntad de resistencia civil, que la melancolía devenga herramienta de cambio. Por eso quizás es que el libro se cierra con una nota de esperanza, cuando la autora emprende un nuevo viaje a las islas donde se encuentra con que no está todo perdido. Permanece el recuerdo de una pescadora del Remanso Valerio, que fue conocida en vida por dos nombres distintos. Permanece la capacidad humana de nombrar y entablar lazos. En ese rincón de naturaleza recuperada, Scarabelli alcanza a divisar un nuevo horizonte: el de otro río, el de otro mundo posible.Editorial
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