El plan de María Crosetti de sacar fotos callejeras a la manera de los años 60 y 70 del siglo pasado, atendiendo a sus componentes técnicos y formales básicos, se vio tempranamente alterado por lo que podría considerarse un lapsus, el desfasaje entre el flash y el obturador de la cámara, que provocó que los negativos quedaran en buena parte velados. A la previsible mortificación por el accidente debió sucederle la sorpresa ante el hallazgo de una iluminación aleatoria que Crosetti decidió incorporar como un elemento más de la composición, tan significativo como el encuadre dislocado o la inclinación de la línea del horizonte. De este modo, las piernas de la mujer cruzando la senda peatonal, los residuos de una sartén a punto de ser arrojados al sumidero, el paraguas empuñado como bastón, el corredor solitario, la silueta de unas palmeras frente a un edificio y los restantes fragmentos conforman, junto a ese espacio desfasado y amnésico del que emergen, un tipo de registro más acorde a las actuales condiciones de la experiencia urbana.