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Cotidianeidad y novela

Julián Bejarano, Juanjo Conti y Álvaro Quaglia, los tres autores premiados en el concurso regional de nouvelle –de un total de 219 postulantes provenientes de las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, Formosa, Misiones y de Paraguay– cuentan cómo llegaron a presentarse en el certamen y su relación con la ciudad en la que viven.

 

El acta N° 49 de la Editorial Municipal, firmada el 4 de marzo pasado, da cuenta de la decisión de un jurado conformado por las escritoras Soledad Urquía (General Deheza, 1983) y Malena Rey (Buenos Aires, 1983), y el escritor Juan José Becerra (Junín, 1965), quienes seleccionaron los ganadores del segundo Concurso Regional de Nouvelle EMR, cuya convocatoria había cerrado el 31 de diciembre de 2023.

Julián Bejarano (Buenos Aires, 1983, residente en Paraná), Juan José Conti (Carlos Pellegrini, 1984) y Álvaro Quaglia (Santo Tomé, 1989) resultaron ganadores. 

Además, el jurado seleccionó otras dos novelas breves cuya publicación recomendó.

Consultados, los ganadores del premio se refirieron a sus obras y a las circunstancias en las que las escribieron.

—¿Cómo llegaste a presentarte al concurso regional de nouvelle de la EMR?

Julián Bejarano— Seguro lo vi por ig. La verdad no recuerdo bien. Pero sí. Más allá de que conozco la editorial y sabía del concurso en ediciones anteriores. Y conozco el trabajo que hacen y todo eso. Lo vi por Instagram, seguro.

Juanjo Conti— Sigo a la editorial desde la edición anterior del mismo concurso, en 2018. Yo hacía un taller en la librería Del otro lado libros, de la ciudad de Santa Fe, y un día apareció pegado en la puerta el afiche anunciando el concurso regional de nouvelle. Me presenté con un libro que estaba trabajando en ese taller, Las lagunas, y quedé finalista. En 2019 EMR publicó el libro.

Álvaro Quaglia—Me presenté en el concurso por iniciativa de mi profesora de taller, Mercedes Bisordi. Allá por el mes de abril, llevé al taller el principio de la novela y una idea general de lo que quería trabajar con el tema. Fui avanzando y en cada encuentro hacíamos correcciones. Después surgió la idea del concurso. Mercedes me dijo que podía apuntar a presentarme como para ponerme una fecha de finalización y también darle un encuadre a la estructura, teniendo en cuenta las bases. Ella conocía el concurso y a algunos autores ganadores de otras ediciones. Además, tenía en su biblioteca algunos ejemplares. De ahí pude leer Tambor de arranque, de Francisco Bitar. Ya para septiembre la novela estaba terminada, pero sabiendo que iba a presentarme al concurso me di tiempo para seguir limando detalles hasta último momento. En realidad, la idea del concurso para mí era eso, un punto final al texto, una forma de cierre. Ni en el más optimista de los escenarios estaba la posibilidad de ser uno de los ganadores.

—¿Conocías el concurso?

Julián Bejarano Conocía el concurso y conozco autores que lo ganaron. Pero no leí sus libros. A Paula Galansky la conozco, ella ganó el certamen. Me parece el futuro más inmediato de la literatura posible, una gran escritora. A Juanjo Conti lo conozco, también sacó un libro por la editorial EMR. Nos cruzamos en el ambiente de la literatura, tenemos amigos en común. Escriben para un sitio que tengo con unos amigos que se llama mal.ar. Me gusta también cómo escribe. Leí cosas de estos autores, cuentos, cosas sueltas. Pero específicamente las novelas que fueron premiadas en dicho concurso, no te voy a mentir, no las leí.

Juanjo Conti— Por eso tenía bastante conocimiento del concurso y del catálogo. Leí prácticamente todas los libros de la colección novela corta, muchos de la colección naranja y otros de EMR que me fueron llegando sueltos.

—¿Tenías el texto escrito antes de que conocieras el concurso? ¿Cómo influyó la presentación de tu novela en el concurso en la finalización o corrección del texto?

Julián Bejarano— Yo soy poeta. Me metí en terreno enemigo que es la prosa. Yo tenía cuatro páginas que había escrito de manera automática. Estaba medio en una, como se dice ahora. Me había separado de una relación larguísima y estaba medio depre. Sin rumbo. Y a mí siempre me ordena el lenguaje. Me divierte escribir, me hace muy bien soltar la mano y seguir adelante. Había leído un libro de Gertrude Stein que se llama Poesía Anti Patriarcal. Dentro de ese libro hay dos novelitas o textos muy cortos, uno es Miss Furr and Miss Skeene y el otro es Poesía Patriarcal, del año 1927. Son textos experimentales. Tienen mucha repetición, juegos lúdicos del lenguaje, en inglés suenan increíbles. Cuando leo algo que me emociona mucho lo tengo que copiar o robar. Después igual sale algo nada que ver, obvio, no es plagio lo que hago, ponele. Pero el texto se me mete tan adentro del cuerpo que no tengo otra manera de sacármelo de encima que escribiendo. Como una resaca al otro día de una noche agradable. Escribir es pagar por esa felicidad que a uno le despierta la buena literatura.

Entonces empecé a escribir de manera automática sin parar y sin pensar demasiado a dónde quería ir. Eso lo arranqué en septiembre del 2023. No pude seguir más de esas páginas que logré. Digo, pude sostener el entusiasmo unos días y después me olvidé. Yo ya tenía en mente, aunque de manera inconsciente, que la fecha de cierre del concurso era en diciembre. Y una mañana releo esas páginas y me acuerdo del concurso y dije, chau, la hago total no pierdo nada. Sin miedo al éxito, total para eso escribo, ¿no?

Fue un mes muy agitado para el país y para mí. Los desencuentros amorosos, la crisis, el balotage, lo bizarro de que llegue el presiduende papadas que finalmente llegó. Yo seguía medio en una, de acá para allá como rebotando ansioso por los innumerables vericuetos a los que te lleva andar con el corazón al descubierto después de mucho tiempo. Y nada, me dije, esto tengo que escribirlo, es un buen momento. Mientras vivo, escribo. O voy a escribir viviendo, esa fue más o menos la fórmula y que salga lo que salga.

Escribí la nouvelle en un celular, un Samsung S23FE (así se llamaba el seudónimo que presenté al certamen) que me había comprado. Y la terminé en cinco o seis días, ponele. Antes de la asunción del quetejedi y unos días después la retoqué. Fue raro el proceso porque la iba escribiendo mientras vivía. Como que dejaba asentado todo lo que me iba pasando. No es que yo me senté en un escritorio y miraba por la ventana mientras escribía. La escribí en movimiento. Cabe aclarar que la nouvelle termina con el límite mínimo de extensión del concurso. Era la meta.

Quería como que quede ese momento histórico para el país de fondo. Una escritura no de sentado y cómodo, sino todo lo contrario. Y unos veinte días antes de que cierre el concurso, le pagué a una amiga correctora (que es medio una especie de Gertrude Stein, yo cariñosamente le digo así), Guadalupe Alfaro se llama, y le dije que me la corrigiera. Lo hizo increíblemente rápido. Fue la primera persona a la que llamé cuando me dijeron que había ganado el concurso. Se lo merecía.

Juanjo Conti— Terminé el primer borrador de mi novela Popit a finales de abril de 2023 y creo que en mayo se anunció el concurso. Así que me pasé el resto del año corrigiendo, ajustando, puliendo. Pero en estructura no cambió mucho del borrador original.

—¿Qué relación encontrás entre tu escrito y la cotidianeidad del lugar en el que vivís?

Julián Bejarano— Te diría que todo. En este caso en particular absolutamente todo. Quería que quede Paraná. Las calles. Mi laburo en la farmacia. Mis amigos poetas. La terapia. Cuando voy al gimnasio. Las mujeres. Hay fragmentos de citas de series, de videos de Youtube, entrevistas, desgrabaciones de audios de Whatsapp. Hay medio de todo. En fin, la vida.

Juanjo Conti— La novela transcurre, en mi imaginación, en la ciudad de Santa Fe, pero la realidad es que la ciudad no se nombra en el texto. La novela incluye muchas imágenes (más que cualquier otro texto que haya escrito). En su mayoría son representaciones gráficas del juguete de silicona popit con distintas configuraciones (distintas burbujas apretadas o no). Para generar las imágenes que terminaron en la novela me compré un popit, lo fotografié y procesé esas imágenes digitalmente. Es gracioso porque es algo que también hacen los personajes en un momento de la novela.

Álvaro Quaglia— Relaciones entre el texto y la cotidianeidad hay muchas. La voz del narrador, sus intereses, el recorrido que hace, son propios de un chico de cualquier barrio santafesino. También, la novela tiene como hilo conductor a la cumbia que, en Santa Fe, es mucho más que folclore. Pero, además, la historia transcurre mayormente en los barrios del suroeste de la ciudad de Santa Fe, que es el lugar donde crecí. Muchas de las circunstancias y las imágenes del texto provienen incluso de experiencias propias o de personas muy cercanas. Creo que, en este caso, la relación entre el escrito y la cotidianeidad no solo está vinculada al lugar, sino también a una época. A esa época del barrio (post inundación) y particularmente a esa época de la cumbia santafesina.

—¿Conocías a los jurados?

Juanjo Conti— Conocía sus nombres y las editoriales en las que dos de ellos se desempeñan. También había leído a dos en medios digitales.

Julián Bejarano— No. Hablé un toque con Malena Rey que la conozco hace mil, que no sabía que era jurada del concurso. Es gracioso porque en la nouvelle aparece una escena de una lectura de poesía en Capital donde ella estuvo. Seguro que se dio cuenta. Pero posta no te miento, no sabía que ella era jurada. De hecho yo nunca pensé que iban a darle atención a ese texto. Lo escribí en una semana. No lo preparé ni lo corregí, salvo la corrección esa que hizo Guada una semana antes del cierre del concurso. Fue todo medio improvisado. Con los otros jurados no charlé, los conozco de nombre nada más. Creo que Becerra es bostero como yo, lo habré leído en Olé alguna vez.

Álvaro Quaglia— Con respecto a los jurados, a algunos los conozco de nombre, pero todavía no he leído nada de ellos.

—¿Qué autores influyeron en tu trabajo y en particular en el texto que presentaste en el concurso?

Juanjo Conti— Un autor que me gusta mucho es Pablo De Santis y creo que en esta novela hay dos obras suyas que habilitan el juego que se plantea. Una es El teatro de la memoria (la releí mientras escribía Popit) y la otra, La hija del criptógrafo. Mi top tres de escritores más leídos está formado por Juan José Saer, Roberto Bolaño y Philip K. Dick. Los tres sobrevolados por Borges al que siempre vuelvo.

Julián Bejarano— Como te mencioné al principio, # comienza influenciado por esos textos de Gertrude Stein en Poesía Anti Patriarcal. Pero después sigue con otra textura. Yo solo quería que se note el entusiasmo por escribir. Que es por lo que vuelvo siempre a escribir otra vez y otra vez y otra vez. Una relación tóxica pero linda. Para estar contento. Seguramente hay otras influencias. En el texto aparece una cita de Cage que dice que la sintaxis es la militarización del lenguaje que justifica un poco mi capricho estético de escribirla así. Estoy muy contento de que hayan premiado un texto de este calibre. Fue como salirme con la mía. Escribir un texto en prosa disruptiva y experimental. Como si fuera un poema. Que es lo que más me gusta a mí. Donde el lenguaje no tiene ningún límite. Es como el universo que se expande infinitamente.

Yo soy fan de Mario Montalbetti. Para mí es el mejor poeta vivo en lengua castellana. Escribe cualquier cosa cuando escribe. Escribe mal, escribe perfectamente bien, filosófico y chabacano, un docente y a la vez un callejero, un maestro. Un lingüista más allá del bien y del mal.

También me gusta mucho Ricardo Zelarayán cómo para la oreja. Yo solo leo poesía. Seguramente hay algo de ellos dentro del texto. Andá a saber. Yo soy team Joyce, que es la antítesis de Proust. Para mí James es el mejor de todos, es la estación del año favorita.

Dicen que una vez se cruzaron en París. Y Joyce llegó totalmente borracho al encuentro con Proust, después dicen que se arrepintió de su actitud, soy ese. Es un montón igual. Pero me mata el irlandés. Fan absoluto. Del lado Joyce de la vida y de la literatura siempre.

Álvaro Quaglia— Para esta novela tuve siempre presente La uruguaya, de Pedro Mairal. Me puse como objetivo a la hora de escribir tratar de capturar la temporalidad del pensamiento y de los recuerdos. Si bien es narrativa y es totalmente válido hacer una pausa y explayarse, la realidad es que tanto pensar como recordar tienen una temporalidad y una espacialidad. Eso es algo que me gustó mucho de esa novela y traté de tenerlo siempre como base para poder sostener esa solidez en el narrador a lo largo de todo el texto.

Autores decisivos podría nombrar varios, pero creo que me voy a quedar con Selva Almada. Me gusta mucho leerla y trato de tenerla siempre a mano. Soy amante de las cosas simples. Y creo que ella es un ejemplo de cómo, a la hora de narrar, con algo muy simple se puede decir muchísimo.

Ganadores y finalistas

Las novelas cortas ganadoras de este certamen fueron #, de Julián Bejarano (quien se presentó con el seudónimo S23FE), Popit, de Juan José Conti (seudónimo: Hijo), y Sabor, sabor, de Álvaro Quaglia (seudónimo: Cristofer Tango).

El jurado también recomendó la publicación de los siguientes finalistas: Atrás, adelante, atrás, de Mario Catelli (Rosario, 1957, seudónimo: Zanabria) y Retazos de guerra de Leandro David Ríos (San Javier, 1982, seudónimo: Eladio Lobato).

Entre los finalistas el jurado destacó Canción de Navidad, de Derian Passaglia (Rosario, 1988, seudónimo: Cormano), La isla que se aleja, de Mara Rodríguez (Formosa, 1972, seudónimo: Croa Bastos), La última luz de la noche, de Fabián Medina (Posadas, 1985, seudónimo: Blas Foster), Mecanismos de culpa y de vergüenza, de Aracely Franco (Asunción, Paraguay, 2002, seudónimo: Tel Ariadna) y Oxígeno, de Sergio Gioacchini (Chabás, 1963, seudónimo: Caronte).

 

 

  
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