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Hablando de librerías. Puerto Libro

Las entrevistas a libreras y libreros locales aquí publicadas fueron realizadas —salvo pocas excepciones indicadas— por Felipe Hourcade y Thiago Susan entre febrero de 2022 y marzo de 2023. La serie fue pensada como complemento del libro Sellos de librerías de Rosario. Tanto el libro como la presente serie de entrevistas le permitirán al lector armar un mapa imaginario donde se conectan, como si fueran estaciones de una red, las librerías actuales e históricas de Rosario.  

Puerto Libro, Corrientes 857.
Rubén Darío Fantini

—¿Cuánto hace que sos librero?
—Yo arranqué con una librería a la que le puse Rayuela, en calle Garay 1015, en zona sur, en la zona de los hospitales. Ahí estuve cuatro años. Después dejé de trabajar de librero y, al año, volví a abrir Rayuela en calle Corrientes al 500.

—¿Y después de Rayuela abriste Puerto Libro?
—Sí. Yo era dueño de las dos. A Puerto Libro la abrimos con un socio, Marcos Buchin —que ahora tiene Buchin Libros—. Después le compré la mitad y él puso local en calle Entre Ríos, yo me quedé con esta y con la otra. Rayuela siempre mantuvo el nombre; ahí trabajaba Norman Petrich, un chico que es poeta. Y bueno, él decía que Rayuela ya tenía una identidad, y a mí me pareció bien mantener el nombre, tampoco queríamos ser una cadena.

—Y cuando estaban en calle Garay, ¿tenían un sello?
—Sí, había una rayuelita que yo había inventado. En realidad, le puse Rayuela por el sello.

—Tenemos una foto del sello ese…
—Sí, está muy bueno el sello, le puse: “Compra, venta, canje”. Antes se hacía. Arrancó como una librería de usados, pasó a ser una librería de ofertas; en aquel momento, treinta años atrás, todavía no estaba todo lo digital, como está hoy, y la gente leía mucho. Y leía muchísimas revistas, cuando arrancó Rayuela en Corrientes al 500 era una gran revistería. Y acá también…

—Claro, justo te iba a preguntar porque veo que tenés revistas…
—Acá toda esta sección es nueva, hace dos o tres años que está. Había un revistero gigantesco y las revistas se vendían de a miles, sobre todo de manualidades, de ese tipo de cosas, pero también revistas sobre armas, sobre historia, Maquetren, que es una revista de gente que colecciona autitos…

—O revistas de ciencia también…
—Claro, ni hablar. Nosotros las traíamos más baratas y la gente compraba miles, no quedaba una sola revista de ciencia. Eso es algo muy interesante, cómo fue… por ejemplo, yo he ido a comprar libros viejos o revistas viejas a casa de gente que, indudablemente, tenía algún grado de poder adquisitivo. Y bueno, de cualquier manera, estas personas “cultas” tenían revistas históricas, de política; había otra perspectiva de las cosas, ¿no? Se mezclaba la literatura y la política, y eran buenos intercambios, buenos espacios culturales de difusión, de cierto nivel.

—Ya que mencionás eso de ir a comprar a lugares, ¿cómo te has abastecido de libros a lo largo de los años?
—Mirá, empecé a comprar desde el principio. Yo viajaba a Buenos Aires e iba a Once o a la calle Corrientes y ahí empecé a hacer mis contactos. Yo no había trabajado nunca en una librería y la mayoría de los libreros de las librerías de calle Corrientes que vos vas, antes fueron empleados de librerías, entonces ahí aprenden, hacen sus contactos… Como yo nunca había tenido librería, medio que fui y apreté el timbre.

—Claro, empezaste a preguntar.
—Sí. Y empecé con usados. Después fui a una feria del libro y a la calle Corrientes, preguntando y preguntando “¿dónde hay mayoristas?”. Y bueno, así me he recorrido de todo. Cerca de la cancha de San Lorenzo, fui a comprar libros y revistas en unos galpones. Una vez crucé todo el cementerio que está enfrente a la cancha de San Lorenzo, había muchas papeleras y antes lo que hacían con las revistas viejas era mandarlas a trozar, pero estos papeleros no las trozaban, las revendían. Nosotros las volvíamos a comprar y eso era barato en términos de precio, y después la gente compraba, compraba muchísimo. A veces aparecían libros también, aunque la mayoría eran libros de kiosco, no siempre eran buenos títulos.

—Y hoy compran más nuevos que usados.
—Hoy compramos prácticamente todo nuevo, de editorial. Antes fuimos siempre una librería de saldos. A mí siempre me gustó el saldo, es algo que yo vendí mucho, pero estos últimos años, con la gran crisis económica, saldo se vende cada vez menos. Las editoriales ya no hacen tiradas grandes. Los kioscos antes tenían cualquier cantidad de libros, el sobrante se lo vendían a librerías. Lo compraban mayoristas y después comprábamos nosotros. Eso estaba bueno, porque acercaba buenos títulos a un precio más económico, y era una manera de entrar a la literatura. Hoy sigue habiendo saldo, pero ya no tanto ni de tan buena calidad. Entonces, la mayoría de los viajantes que empezaron a venir hace veinte años traía una editorial, otro dos, otro diez. Y bueno, ahora con esto de la pandemia el viajante dejó de venir y nos manejamos por internet y todo eso.

—Y vos como lector, ¿cómo empezaste?
—Lo más lindo de todo, que a mí me parece que se puede contar, es el tema de que yo salí de una escuela pública. Entonces, el compromiso de una profesora de canto que me dijo: “Rubén, ¿querés leer un libro?”, ese fue mi comienzo. Ella vio que a lo mejor yo rompía demasiado la paciencia y que la música no iba a ser lo mío y se preguntó: “¿cómo lo entretengo a este muchacho?”. Entonces, bueno, había anaqueles de vidrio con libros adentro, de esa colección Robin Hood de libritos amarillos, que traía autores como Julio Verne, Emilio Salgari, y me eligió La isla del tesoro de Stevenson. Tuve suerte porque me dio un libro maravilloso. Después me dio Salgari. Después ya no paré nunca más.

—La pregunta es obvia, pero ya que estamos, ¿tu nombre tiene que ver con el poeta Rubén Darío?
—No, no. Sí el de mi hijo, porque yo viví unos años en Nicaragua. Una vez le pregunté a mi mamá por Rubén Darío y creo que una tía lo había visto en un diario, porque Rubén Darío escribía en La Nación y a lo mejor alguien lo había escuchado. Yo terminé viviendo en Nicaragua y a mi hijo le puse Leonel (si escucha esto me va a matar) por Leonel Rugama, un poeta nicaragüense que escribió un libro que se llama La tierra es un satélite de la luna y otros libros más. Un poeta maravilloso. Febrero de 2022.  

  
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