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Destiempos de penuria

Por Julio Ortega. La poesía en español es siempre otra. Hace anacrónico cualquier mapa de su actualidad fervorosa. Amplía el presente, excede fronteras y postula otro orden del mundo en su sintaxis. Por eso, las antologías no disputan la memoria sino la fugacidad. Las mejores son más fieles al instante. 30.30, Poesía argentina del siglo XXI (Rosario, 2013) incluye 30 poetas de entre 21 y 30 años, que tributan lo más actual. No buscan la memoria, buscan la duración del habla, su tiempo vivo. Confirman la fugacidad mutua, esa cortesía del diálogo. Con razón, Rubén Darío decía que los malos poemas “no acaban nunca”. En la selva impresa, los buenos poemas arden a gusto. Lo ha dicho bien la mexicana Rocío Cerón (1972): “Debajo de la lengua hay un presidio”. Para remontar la actual conversión de la vida cotidiana en mercado tenemos las armas y las letras del poema. Responde el cubano Óscar Cruz (1979): “Oh Dios / a-diós… / y debajo de la tierra tú / y debajo de la tierra yo”. Y Francisco Ruiz Udiel (Nicaragua, 1977-2010), antes de suicidarse, escribió: “Dos monedas en la mano / y un diccionario griego” (‘Equipaje para bajar al infierno’). No en vano hay una vuelta a Vallejo, en pos del griego mundano de la poética. Tamara Kamenszain escribe: “Me demoro en el verso de Vallejo”, que su madre, ya casi sin memoria, completa: “Entre puntos suspensivos: yo no sé”. El peruano Miguel Cabrera, desde la fábrica social madrileña, nos dice: “Has tenido que ganarte la vida”, pero otro desenlace te aguarda: “Ganarte también la muerte”. El altísimo costo social en América Latina (nunca hubo mejor economía y nunca la gente fue más infeliz) es documentado por la poesía. Enrique Winter (Chile, 1982) lo dice: “Mi padre nunca fue dueño de nada / y el agua que ponía en la maleta / la sacaba de un lago / que no aparece ya en el mapa”. En Puerto Rico, Marta García Nieves se siente “como una indigente / de la realidad”. Joan Margarit es uno de los grandes poetas españoles actuales, en catalán como en castellano. En Amar es dónde(2015) traduce sus poemas de aquella a esta lengua, como quien los confirma en el espejo del diálogo: “Salvar la lengua me ha dejado / a merced de una gente que es la mía”. Esa experiencia suya es de todo hispanohablante, gracias al fuego hospitalario del poema. “¿Quién no es poeta?”, pregunta Julia Castillo en su alabanza del camino como mapa íntimo del saber del lenguaje (Febrero). Lección de cosas y meditación celebratoria: “Un tiempo queda aún / y el agua lavará estos nombres”, anuncia Esperanza López Parada (La rama rota). A “una rosa sin espinas” dedica Vicente Luis Mora su contracanto de la pareja (Construcción). Susanna Rafart, con agudeza, pregunta por “la oscura rosa fonética” de la página en blanco (Baies). Olvido García Valdés y Miguel Casado, en el poema como en la crítica representan la integridad de la poesía como el lugar donde el lenguaje sigue siendo, contra todas las sinrazones, verdadero y nuestro. Ellos y quienes los prosiguen, como Ana Gorría, J. L. Gómez Toré, Carlos Fernández López, son poetas de pleno registro atlántico. Tiempo de penuria, destiempos del poema. Julio Ortega es profesor en la Universidad de Brown y autor de César Vallejo. La escritura del devenir (Taurus).
  
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